
Cuando tomo la botella de vino en lo único que pienso es en tus manos, cómo, al igual que ésta, me embriagan, y me abrazan toda la noche, o posiblemente toda la vida, entonces me quedo pensando en el rosa de la bebida, el mismo color que tenían tus mejillas, el mismo color de las mías ahora.
Es tan adictivo, como cuando te miré por primera vez a los ojos; me da vueltas la cabeza, y me recuerda a las veces que te extrañé, pensándolo bien, el vino no es bueno estos días, o todas las noches después de tu partida.
Me hace recordar a la vez cuando estaba sola, en un mundo vacío… después apareciste tú, tiene cierto sabor amargo pero dulce a la vez, y si lo explicara, como ya te he dicho, no me alcanzaría todo el tiempo del mundo, ni este tiempo aquí en la tierra, ni afuera de esta, en los demás planetas.
Tal vez necesite arreglar algunos versos, tal vez necesite dejar de tomar para recordar que no estás aquí, que muchas veces te vas, pero no puedo, varias veces los versos se quedan así.
Sostener la botella, algo que todos sabemos hacer, no es igual a sostener un corazón, si así fuera, beberíamos de él la sangre como lo hacemos del vino, pero estos dos tienen algo en común, los dos se quiebran, los dos son frágiles, y por favor créeme, cuando agarro la botella de la mesa, nunca la dejaría caer, ya sea por mi impertinencia a tomar o por el amor que le tengo al vino rosado.
No dejaría caer una gota, ni siquiera la sangre o el vino me hacen olvidarte, ni siquiera un corazón roto o una botella abierta me obligan a abandonarte.
Me gusta esta sensación, la del vino en mis labios, tus besos cálidos, los dos me dicen que todo estará bien, y no necesito más, no necesito a nadie más, solo a ti, y tal vez un vino rosado a las seis.
El Semanario Gráfico inició circulación en noviembre de 2020, tras 11 meses de desarrollo. Nuestros primeros pasos en el periodismo lo dimos como Sala de Prensa, proyecto universitario que mantuvo vigencia por más de 7 años.
Toda la información al momento