
@diegod_mx
La carrera de un luchador profesional es efímera. Dedican años de vida, en promedio 10, para aprender del deporte a ras de lona y consolidar su nombre en el pancracio. Los riesgos son latentes, una mala caída puede terminar una trayectoria, solo por el gusto de ser vitoreados por el público.
En México, como en el resto del mundo, el gremio de luchadores independientes, es decir, aquellos no son respaldados por una empresa de wrestling, viven uno de los momentos más críticos de su historia por la pandemia de Covid-19. Sin trabajo, sin ingresos y con la mínima o nula ayuda de instituciones de gobierno.
En entrevista para El Semanario Gráfico, Tigre Rojo, gladiador de 35 años de experiencia en los cuadriláteros, platica sobre cómo el peleador independiente vive esta temporada, el contexto del deporte-espectáculo en el país y su emprendimiento con la construcción de una arena de lucha.
Tigre Rojo es la segunda generación de los conocidos Tigres poblanos. Su padre, Tigre Carcelero, luchó en la década de los sesenta en los primeros foros locales, la Arena Hidalgo y Cancha de San Pedro. En septiembre de 1986 labró sus primeros pininos como profesional en la Arena Puebla, y más tarde vio debutar a sus hijos Tigre Rojo Jr., Shitara y Rey Dragón.
Después de 30 años dentro del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL), una de las principales organizaciones de catch en la República mexicana, el poblano inauguró la Arena Coliseo San Ramón, con la intención de dar una oportunidad al talento local de pelear contra elementos nacionales e internacionales.
El objetivo fue y es, desde un principio, que los luchadores “tengan seguridad en cualquier lesión, en cualquier enfermedad, no se les deja ‘morir’ solos.”, apunta el Tigre Rojo.
La pandemia asemeja a una lesión de lucha
A partir del 20 de marzo, cuando inició el confinamiento, toda la lucha libre mexicana paró sin excepciones, empresas multinacionales e independientes. La mayoría pensó que duraría un par de meses, ahora está cerca de cumplir medio año. La pandemia golpeó severamente a quienes trabajan en el ambiente, desde luchadores hasta vendedores.
“No solo a los luchadores, les pegó a los despachadores de cerveza, a los refresqueros, al vendedor de cemitas, de filetes, al de los dulces, al de las botanas. Este es un negocio que le pega a mucha gente.”, explica el promotor poblano.
Las instituciones de gobierno al no estar estrictamente obligadas a brindar apoyos a los deportistas, limitaron recursos públicos al gremio luchístico, pensando que todos son respaldados por una organización privada.
Tigre Rojo compara la crisis de la industria deportiva con la de 1994, la devaluación del peso mexicano, y la cuarentena por influenza H1N1 en 2009. Donde varios de sus compañeros buscaron nuevas oportunidades de empleo, aprendieron un oficio, emprendieron un negocio y entendieron que “de la lucha no se vive”.
“De la lucha libre nunca vas a vivir”
El Tigre Carcelero inculcó en su hijo que de la lucha libre nunca iba a subsistir. No estuvo convencido, al principio, ver una segunda generación de gladiadores en la familia, pero el Rojo insistió y buscó complacer a su padre.
“Mi padre me negó ser luchador, sabía lo que era la lucha libre. Pensaba que era muy fácil (ser luchador), que de eso iba a vivir, él siempre me lo dijo, ‘de la lucha libre nunca vas a vivir’, es un deporte, es una afición, tienes que trabajar de algo.
Nunca he vivido de la lucha, para mí es un hobbie, es un sentimiento que tengo de estar en el ring y olvidarme de todo. Entrenando soy el hombre más feliz, con mis hijos y mis nietos. Siento que el ring es mi vida, me da fuerza, me motiva emocionalmente, lo disfruto.”, relata el gladiador poblano.
Alternando su vida de luchador, Tigre Rojo tiene un taller de reparación de autos y un gimnasio, el Gym Tiger; es ingeniero en electricidad automotriz. En abril de 2014 inauguró la Arena Coliseo San Ramón, en el sur de la ciudad de Puebla, donde foguea a gran parte de sus alumnos de lucha.
Para él, la edificación de la San Ramón es su consagración en 35 años de carrera, siempre acompañado de su familia. Lo impulsa la satisfacción de ver a sus discípulos en el cuadrilátero, la gente llenando el complejo deportivo y pensar en la cuarta generación de los Tigres poblanos.
“Cuando abrí la arena y me paré en la lucha estelar con mis hijos, me sentí realizado como luchador profesional. No ha sido fácil después de 30 años abrir un local, veo la arena y me llena. No parará ahí la dinastía del Tigre Rojo, vamos a sacar más luchadores. Estoy contento y satisfecho con la arena, y seguir dándole oportunidad al talento.”, finaliza.
Y en cuanto tenga el permiso de reapertura, el Tigre Rojo espera a la afición en el Coliseo de San Ramón.
Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.
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